Las mujeres rurales representan una cuarta parte de la población mundial, trabajando como agricultoras, asalariadas y empresarias, garantizando la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudando a preparar a sus comunidades frente al cambio climático.

Sin embargo, como señala ONU Mujeres, las campesinas sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza, y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus pares hombres, no disponen del mismo acceso a la tierra, a los créditos, a las materiales agrícolas, sus mercados y cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras como el agua y saneamiento.

Por lo mismo es que este 15 de octubre, Día Internacional de las Mujeres Rurales, recordamos sus demandas y analizamos las condiciones que viven hoy las mujeres rurales en clave de género junto a Loreto Tenorio, candidata a Doctora en Antropología UC apoyada por VioDemos.

Actualmente, Tenorio desarrolla su tesis doctoral junto a un grupo de mujeres de la comuna de Futrono, en la Región de los Ríos (Chile). El objetivo de su investigación es indagar en las maneras en que las violencias producen y reproducen relaciones de género y, cómo éstas se encarnan y materializan en los cuerpos feminizados y racializados en el sur de Chile, en el contexto de la denominada “cuarta ola feminista”.

“Hay una visión de las comunas rurales y es que tendemos a pensarlas como lugares anclados en un pasado, donde el tiempo pareciera pasar más lento. En términos de las relaciones de género, se suele señalar que hay más machismo en el campo que en la ciudad. Sin embargo, esa es una idea a disputar, pues los estudios de género y el movimiento feminista nos ha enseñado que las relaciones machistas están presentes tanto en los lugares rurales, como en los urbanos” explica Tenorio.

Y profundiza: “Un claro ejemplo de esto último, es el levantamiento de las universitarias chilenas en lo que se denominó el ‘Mayo feminista’, en el 2018, donde se denunciaba violencias en espacios considerados ‘progresistas’. En este sentido, en mi investigación han aparecido cadenas de violencias, que afectan a las mujeres rurales de Futrono, pero que su origen  no está en alguna ‘esencia de la ruralidad’, sino que más bien está en una constante relación entre lo urbano y lo rural”.

Por otra parte, su más reciente participación en el proyecto FONDART “Mujeres y carpintería de ribera tradicional en la región de Los Lagos” también contribuye a estudiar la problemática. Desde una perspectiva de género, se observa este oficio en las localidades de Calbuco y Hualaihué, también al sur de Chile, donde en conversaciones con mujeres relacionadas al rubro se revelan las faltas de reconocimiento a su trabajo.

“Entre los resultados preliminares, encontramos que muchas de las mujeres han trabajado también en el proceso de la construcción de embarcaciones, pero su labor es invisibilizada, pues a lo más se les reconoce como ‘ayudantes’. Por otro lado, las mujeres han realizado una serie de labores que tienen que ver con el trabajo de cuidados, que finalmente son los que sostienen y permiten que exista la carpintería de ribera, y que tampoco son considerados cómo tal”.

Aquí entra una de las tensiones en torno al discurso del emprendimiento y empoderamiento. Si bien la idea de autonomía económica -que ha calado hondo en la sociedad chilena del último tiempo- se presenta como un derecho de las mujeres, en su implementación se va permeando de otros discursos que van ajustando esta autonomía a un modelo de desarrollo neoliberal que dificulta a las mujeres, en este caso rurales, alcanzar el reconocimiento y/o la emancipación.

“Este suele ser un problema de la institucionalización de las demandas de género, que si bien desde su nacimiento dentro de un contexto de movilización feminista tienen fuerza transformadora, con el paso de tiempo y con su ejecución, corren el riesgo de transformarse solo en procesos de adaptación de las mujeres a un modelo de desarrollo neoliberal y a la cultura patriarcal que lo sustenta”, explica Tenorio en su artículo “Emprendedoras, empresarias y empoderadas: reflexiones en torno al programa Mujeres Jefas de Hogar del Servicio Nacional de la Mujer y Equidad de Género de Chile”.

Las barreras estructurales y las normas sociales discriminatorias continúan limitando el poder de las mujeres rurales en la participación política dentro de sus comunidades y hogares. Mundialmente, con pocas excepciones, todos los indicadores de género y desarrollo muestran que las campesinas se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas, incluso cuando representan algo más del 40% de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo.

En este sentido, como una forma de luchar por las transformaciones en las relaciones de género, es fundamental comprender que no todas las mujeres son iguales ni están en la misma posición. “Las mujeres rurales tienen problemáticas propias, lo que debería decantar en que sus demandas de género, pero también las asociadas a sus territorios, sean consideradas como centrales por la sociedad, la academia y el Estado”, apunta la investigadora.